POR WILFREDO MORA
El sistema
penitenciario dominicano se ha vuelto sumamente común, y corre el riesgo de
estar totalmente gastado. Nadie hace caso, pero es necesario reconocer que las
prisiones dejaron de pertenecer al viejo método de sistema residual, desde
donde le gobierno le impregnaba autoritarismo y aumentaba la violencia en esos
lugares de los ofensores e inmorales delincuentes. Ahora le corresponden al
Poder Judicial, a través de los jueces de ejecución de pena. Esto entraña una
nueva orientación en la misión de la pena: la judialización y el cómputo de la
condena.
Desde la década de los años 80,
mediante las leyes 223 y 224, del 26 de
junio de 1984, G .
O. No. 9640, que crea la Dirección General
de Prisiones como una dependencia de la Procuraduría General
de la República ,
e instituye el Perdón Condicional de la
Pena , y luego de la iniciativa de estas leyes, la Oficina Nacional
de Administración y Personal (ONAP), Departamento de Organización y Métodos, en fecha 25 de octubre, 1984,
firmado por la institución, el encargado del departamento, un analista, un
abogado ayudante y una secretaria; y por la D. G. P., un coordinador y un auxiliar, anotan la
siguiente nota: “Manual de Funciones. Borrador para su discusión”, a solicitud
formulada por la
Dirección General de Prisiones, elaboró un borrador de
Reglamentación interna. Este documento contiene las funciones principales que la Dirección deberá
realizar para alcanzar sus objetivos de su recién creación, así como una
descripción de cada una de las unidades administrativas que integrarán su
estructura orgánica son la memoria histórica de la labor penitenciaria en la
sociedad dominicana.
Un servidor
penitenciario es un visitador de reclusos. De esta necesidad de asistir al
privado de libertad por haber violado o no una norma legal es que nos referimos
a esta institución jurídica de los servicios de prisiones.
Al conmemorarse
el 26 de junio el día del servidor penitenciario dominicano (relacionado con la
ley de régimen penitenciario de 1984), nos vemos compelido a pasar revistar a
mundo de ignonimia que es la cárcel dominicana. Como he dicho antes y como sigo
diciendo: el sistema penitenciario se ha vuelto sumamente común, y corre el
riesgo de estar totalmente gastado.
Es una fecha
conocida en otras latitudes, donde vemos un concurso mejor integrado de uso que
deben seguir las prisiones. Antes se tenía mayor interés por recordar esta
fecha, hoy es tomada menos en cuenta por la ciudadanía, si bien es cierto que
desde el organismo se celebra una misa en su conmemoración. Pero a juzgar por
el estado actual de los Patronatos de reclusos, la incapacidad de conformar una
Capellanía general, los rasgos de penales como si todo aquello fuera un
cuartel, además de la arbitrariedad del encierro, sus funcionarios apócrifos,
pues, no sabe uno que mensaje dirigir a los servidores penitenciarios.
La modestia
tiene sus derechos, en la inmensa virtud del servidor penitenciario, que se
entrega a los reclusos con dulce sentimiento, que decide un día visitarlos,
sólo guiado por amor y caridad a los seres humanos que más sufren en una
sociedad. Los servidores penitenciarios son los que visitan las prisiones, con
pareceres de estar autorizado por sus funcionarios, habrá dos clases de
visitadores: «unos que irán en nombre de la ciencia, otros de la caridad; unos
cuyo objeto será estudiar al delincuente, otros que se propondrán consolar al
hombre, enseñarle mientras esté preso y ampararle cuando salga. Aunque los
visitadores diarios son los empleados y funcionarios que han de hacerse cargo
de la vida de los hombres infames que ya en la prisión, es necesario verlos
como dignos de misericordia y caridad».
Los dignos
hombres que quieren entrar en las prisiones con un objeto plausible, son los
verdaderos servidores penitenciarios. Los hay convertido en empleados y los hay
(siento que pienso en un ser extraordinario como lo es Mamá Ninón) que
conformarán patronatos de ayuda al hombre del penal.
Decía César Pratesi al Congreso
Penitenciario Internacional de Estocolmo, «Voy a ver a un hombre, al cual me
parecería si Dios me hubiese dejado de su mano, tiene el programa más completo
de su misión, y no le faltarán palabras de esas que llegan al alma»,
conteniendo la lección más profunda que puede recibir el visitador que las
necesite. Es de gran valor que los presidentes de los patronatos conozcan ese
mensaje de Prtesis. Todos los tipos de patronatos, los que conforman servicios
religiosos, de ayuda material a reclusos y los que se ocupan de ellos en el
tiempo de la liberación.
El visitador de
recluso mucho puede aportar al tema del delito, al tema del delincuente; así
con él decimos que el delito es egoísmo, un completo acto de egoísmo sobre cuya
base prepara sus rapiñas, sus falsedades la calumnia, sus atentados la lujuria,
y entre sus horrores la crueldad y la venganza; el delincuente tiene el doble
egoísmo del desgraciado y del culpable, con más la propensión a ocuparse mucho
de sí mismo quien se ve abandonado de todos. Para la fuerza pública, el
delincuente es un hombre que persigue con objeto de prenderle; para el juez, es
un hombre que ha infringido tal o tales artículos de la ley, y a quien hay que
aplicar tales otros; para el empleado en la prisión, un hombre que permanecerá
en ella meses o años, y que, según esté o no bien organizada, procurará que
trabaje, que se corrija, o solamente que no alborote, ni se escape. El director
de la penitenciaría, el empleado que comprende y quiere cumplir su elevada
misión, necesitan y quieren saber algo más, y por lo que resulte de la causa se
enteran de los antecedentes del penado antes de cometer el delito, de la clase
y circunstancias de éste, de si es o no el primero, de su conducta en la
cárcel, teniendo en cuenta además la que observa en la prisión.
El lenguaje del
servidor penitenciario ha de ser inspirador para el recluso, debe influir en
sus sentimientos, sin importar que muchos de ellos tienen el modo rudo de
hablar o tengan pervertido el sentido moral; en estos casos el lenguaje debe
ser sencillo, nunca grosero, pero llano, muy llano, poniéndose, en cuanto sea
posible, si no a nivel, muy poco más arriba de aquel a quien se intenta
convencer.
El visitador del
preso es hombre de corazón y de caridad, y ha ser sincero y cauteloso todo el
tiempo en contacto con los internos. Es correcto acercársele para impresionarle
favorablemente, y hasta donde sea posible, inspirarle confianza. Y un trágico
error el fingir creencias, sentimientos, ideas que no se tienen, suponiendo que
al penado le conviene tenerlas, y que se le podrán inspirar fingiéndolas, sobre
que repugna a la honrada franqueza, es un cálculo que saldrá errado por regla
general, muy general; no es fácil ser buen cómico en la prisión. Pero la
sinceridad, que es cosa esencial, no excluye la cautela; ni ficción, ni
candidez, ni decir nada que no se piensa o se siente, ni decir todo lo que se
siento, pienso o sospecha; ni rechazar como falso todo lo que dice el recluso,
ni darle crédito sin pruebas de que dice verdad; los votos de censura y de
confianza, tan aventurados en el mundo, lo son mucho más en la prisión; tomar
nota de lo que diga el preso, dejarle decir con entera libertad, sin
contradecirle, sin interrumpirle.
También hay que
pensar en la influencia de las ideas y de las creencias de los servidores
penitenciarios. Es sabido que las ideas se defienden y se combaten entre unos
pocos; las escuelas tienen maestros y discípulos, pero los sistemas
penitenciarios no tienen partidarios. El
visitador, crea lo que crea y piense como piense, no debe dar como resueltos
para el preso los problemas que él ha resuelto para sí y en el sentido en que
los ha resuelto. Hay una divergencia de opiniones en los visitadores y el
recluso, pudiendo ser el primero fatalista y el recluso no. Si el recluso no desea
la visita de su protector para que le corrija, o para que le consuele, es
porque no se ha insistido no se tiene la menor influencia para la enmienda.
Recuérdese que para el penado que está en la prisión o sale de ella, aunque sea
la misma organización, no es la misma persona que delinquió; es o puede ser
aquella otra que existía antes de cometer el delito; debe serlo, al menos, si
la prisión no es corruptora y hace crónico un mal pasajero.
Los servidores
penitenciarios suelen variar las clasificaciones de los delincuentes en
relación a los otean el problema desde fuera; se considera en el delincuente un
hombre que corregir, un hombre que castigar, un hombre que temer, un hombre
incorregible, un hombre que da origen de gastos improductivos, un hombre que
puede utilizarse, un organismo que necesariamente hace mal, un espíritu que
puede reaccionar contra el mal hecho y hacer bien, las clasificaciones han de
variar a compás, no sólo de las opiniones del clasificador, sino también según
el fin que se propone. El visitador tiene, en cierto sentido (aunque en otro
sea muy vasta), una esfera menos extensa de clasificación, puntos de vista más
próximos, fin que se propone más concreto, y las amonestaciones de la realidad,
que no puede desoír, cortan los vuelos a muchas osadías de la abstracción.
Consolar a un desgraciado, amparar a un desvalido, procurar la enmienda de un
culpable, es su objeto y determina su clasificación.
Al hombre privado de libertad, le
clasifica como desgraciado;
Al culpable y desvalido, le
clasifica como débil;
Al delincuente, le clasifica como
necesitado de corrección.
Compadece,
ampara: sobre esto no reflexiona ni vacila. ¿Y corregir? ¿Es corregible aquel
penado? ¡Quién sabe! Tal vez lo sea, tal vez no. ¿Quién sin temeridad puede
asegurar lo uno ni lo otro?
Tal como
expresara Ammitzboel, director de la Penitenciaría de Uridsloeselille (Dinamarca), en
el Congreso penitenciario de San Petersburgo: «He tenido bajo mi dirección tres
mil penados, y no he conocido uno solo que fuese incorregible».
Hasta aquí el cortejo y nuestro reconocimiento a los servidores
penitenciarios. Deseo ahora citar a doña Concepción Arenal, en su
extraordinario libro Visitador de Presos, en sus palabras finales, cuando dice:
«Si alguna vez la sociedad no se hace cómplice de ningún delito; si no impone
al delincuente más pena que la justa; si le envía al visitador, apóstol de
abnegación, para que le consuele y procure combatir su egoísmo, aquel día habrá
hallado eco en el mundo la voz divina que decía en la montaña
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